(Crónica de un recorrido urbano imaginario... o no)
Un Museo histórico local, que antes fue Terminal de Ómnibus y mucho antes una Estación Ferroviaria.
Hileras de casas que una vez fueron de ferroviarios y que hoy casi son irreconocibles (o directamente inexistentes).
Cinco esquinas que alguna vez no tuvieron semáforo cuyo cruce era casi imposible.
Galpones de un ferrocarril que ya no existe convertidos en comercios de todo tipo.
El viejo edificio del comité departamental de la UCR.
Un busto de Gardel con su sonrisa eterna (en la que algo tuvo que ver mi abuelo, según decían en la familia).
La escuela secundaria que desde sus aulas y talleres me abrió las puertas del mundo.
Una avenida que evoca a un lejano país que a la vez es muy cercano para los habitantes de la región.
Un camino que mis pies recorren en automático, mientras mi vista, mente y corazón no alcanzan a procesar todo.
Baldíos que ya no están, casas que han cambiado. Locales comerciales reemplazan una vieja estación de servicio donde el litro de nafta supo costarme 45 centavos de peso.
Mi casa, la de mis padres, la de mi adolescencia, que una vez estuvo sola en su manzana, rodeada de campo, hormigas y grandes arañas, y que ahora está rodeada de pavimento, cemento y ruido. Mil recuerdos y anécdotas sobre esa casa, los que vivimos en ella y los que pasaron por allí.
La calle España, alguna vez una caótica doble mano que ahora fluye solo hacia el oeste.
Bajo con destino al mar y encuentro casas nuevas y desconocidas se entremezclan con otras que se resisten a abandonar la década del '70.
Mis recuerdos quieren detenerse un momento en dos clínicas y el consultorio de un médico familiar, pero prosigo el viaje hacia el mar.
Me desvío apenas una cuadra, hasta Albarracín, y me encuentro con el galpón que una vez fue el taller mecánico de mi padre, y a su lado, la casa de mis abuelos. Una seguidilla de imágenes del pasado se atropella en mi mente, pero decido seguir, no sin antes darle un vistazo al comercio que ocupa el lugar donde antes estaba la estación de servicio de mi abuelo (que no llegué a conocer).
Mis pies siguen caminando mecánicamente hacia la costa, y al llegar veo cambios enormes por todos lados. Edificios modernos y altos ocupan el lugar de casas de familias tradicionales. Una confitería, que supo llamarse tanto La Barra como Marea ya no está, su lugar lo ocupa una mole vertical.
El monumento a San Martín y la hélice del Villarino siguen firmes, estoicos, aguantando los cambios, pero su entorno ya no es el mismo. No están los restos de la otra embarcación ni el mural que relataba la historia del Libertador.
El Club Social y Deportivo Madryn también soporta estoicamente en su lugar, aunque el paisaje en la cuadra de enfrente ya no es el mismo.
Un desvío de apenas dos cuadras, siguiendo la calle Sarmiento, revela grandes contradicciones. Locales y edificios muy modernos se alzan donde había baldíos y casas viejas. Sin embargo, la escuela Nº84 (para mí, Nº27 para la generación de mis padres), soporta el paso del tiempo con buen semblante. Creció mucho respecto de lo que era cuando quien escribe andaba por sus aulas y pasillos, pero mantiene su aspecto y esencia.
Volviendo a la costanera, desde el club hasta el monumento a la colonización galesa, que todo buen madrynense llama cariñosamente "La Galesa", el paisaje muestra caóticas variaciones, mezclando cosas del pasado y el presente: la calesita, los juegos, los edificios altos e inexpresivos, árboles muertos y tallados, y la tradicional rambla con el muro con forma de "V" (¿habrá sido de la Victoria? lo dudo... no veo mucho de Victoria y si bastante de Derrotas).
La Galesa no tiene las luces ni el agua que recuerdo de mi infancia. En su lugar hay rejas negras que intentan proteger la Historia, irónicamente, alejándonos de ella. Más allá, una fuente de agua que ocupa el lugar de un mástil y dos cañoncitos en los que me trepaba hace varias décadas.
La calle 28 de julio, el centro del Puerto Madryn de mis recuerdos, exhibe la misma mezcla heterogénea de Pasado y Presente (por ahora el Futuro no aparece, quizás está todavía confundido).
No están ni el hotel ni la confitería "Playa". Con esta última se fueron decenas de cafés tomados a altas horas de la noche, cuando había que hacer una pausa y conversar con tranquilidad.
Cien metros más al oeste la confitería Barbarians aguanta el paso del tiempo, mientras la mayoría de los locales que lo rodeaban ha mutado inexorablemente. Enfrente hay otro sobreviviente del pasado, Cosas del Conde, donde todavía recuerdo los libros y CDs que compré.
De la confitería de mis abuelos, Tabak, heredera de la mítica Brasilia, ya no quedan ni rastros. Al otro lado de la calle, el Auditorium de la Sociedad Italiana se convirtió en cine para poder sobrevivir a la vorágine de demoliciones y delirios de altura. Además, como cine, tomó la posta del extinto cine Español, que se hallaba a 50 metros y que tantos hermosos recuerdos de tardes de películas me trae.
La plaza San Martín se resiste al paso del tiempo, con sus añosos eucaliptos y el monumento del prócer en el centro. Nuevos monumentos, que conmemoran tragedias y otros eventos, lo acompañan.
Enfrente de la plaza el Pasado y el Presente siguen dando su singular batalla.
La municipalidad creció, al igual que la iglesia, y en su crecimiento también se llevaron parte del patrimonio histórico de la ciudad.
La calle Belgrano se suma a los cambios que hay por doquier. En este punto me invade la duda sobre el trayecto planeado... ¿podré completarlo?
La rueda del tiempo sigue girando y donde estaba la textil Roseda ahora hay un supermercado. Más adelante había otra textil, Tycora, que también ha desaparecido y dejado su lugar a locales de todo tipo.
En la mano de enfrente ya no está la tienda El Campesino, que formaba parte de mi universo infantil. En la diagonal aún está el correo, ese mismo que conocí desde su inauguración (y juro que recuerdo que en ese lugar había un baldío antes de la inauguración del correo).
En la otra esquina, la casa y el taller de Krusse, donde todavía duerme ese antiguo colectivo gris que alguna vez recuerdo haber visto rodar por la calle (un flash al margen, solía haber dos exóticos galgos afganos en ese lugar).
Trato de no mirar en dirección a la calle Gobernador Maíz, la ausencia de la casona de mis abuelos es demasiado notoria y triste.
El viaje termina donde una vez empezó para quien redacta estas líneas, en la esquina de Belgrano y Alvear, donde solo resiste la barraca Lahusen desde el momento que mi mente guarda recuerdos. Enfrente de la barraca ya no está la casa familiar, ha desaparecido bajo la presión del huracán inmobiliario que asoló la ciudad en el curso de este milenio. Ya es casi imposible distinguir las huellas del que fue mi hogar durante mi primera década de vida, apenas persisten en mi memoria y en un puñado de fotos viejas. El viaje ha terminado por ahora, fue agotador, y yo debo volver al presente.
Puedo confirmar que sí, que la Máquina del Tiempo existe. Madryn es una máquina del tiempo que se activa con solo caminar por sus calles.
FIN
PD1: Este incompleto y difuso recorrido por la geografía madrynense trata de evocar la mayoría de los lugares que formaron parte de la infancia y adolescencia de quien escribe, y comprende mayormente imágenes y lugares correspondientes a las décadas de 1980 y 1990. Es, sin dudarlo, un compendio muy limitado y sesgado basado en mi experiencia personal.
PD2: Algunos otros divagues sobre memoria, recuerdos y cosas por el estilo
https://bahiasinfondo.blogspot.com/2022/05/reflexiones-nocturnas-sobre-memoria-y.html
https://bahiasinfondo.blogspot.com/2016/01/un-recuerdo-fortuito.html
https://bahiasinfondo.blogspot.com/2014/04/la-manzana-de-mis-recuerdos-desde.html
https://bahiasinfondo.blogspot.com/2012/11/un-atardecer-anaranjado.html
https://bahiasinfondo.blogspot.com/2011/08/reflexion-nocturna-la-luz-del-velador.html
PD3: Cierro esta nota reflexiva con una idea que encontré en un posteo de Héctor Socas-Navarro en Twitter: "La mayoría de gente que sueña con el viaje en el tiempo debería poner su mirada más en la neurociencia que en la física."
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