(Absurdas) Noches de invierno en el cementerio

[Lo que sigue es una anécdota personal sucedida en una cada vez más distante juventud]

Corría el año 1992 (o 1993, no estoy seguro). Era un sábado a la noche, como decía la canción de Pipo Cipolatti, pero no hacía calor, sino todo lo contrario, un frío polar. Otra vez nos habíamos reunido en el quincho de Pechu. Prefiero mantener en el anonimato a los nombres reales, por lo que describiré a los involucrados en esta historia por sus sobrenombres, o iniciales, para identificarlos. Durante los últimos dos años de la escuela secundaria el quincho de la casa de Pechu era el punto de reunión inevitable de los fines de semana. Alguna que otra vez podía ser el taller de mi viejo (¡qué frío que pasábamos ahí!) o alguna otra casa, pero la que estaba seleccionada por defecto era la de Pechu. Como les decía, era un sábado a la noche, del mes de junio o agosto, y nos habíamos reunido como de costumbre para comer unas pizzas, jugar a las cartas y divagar un rato. Ese día estábamos presentes el anfitrión (Pechu), el Colo, el Tanque, J-K, Bobby, JB, VT y un par más (¿GV? ¿El Turco?), además de quien escribe. En algún momento después de la medianoche salió el tema de quien se atrevía a entrar en el cementerio durante la noche. La casa de Pechu estaba muy cerca del cementerio local, por lo que no era raro tener que pasar por sus inmediaciones. Quizás hoy en día parezca una tontería (y lo era), pero no sé por qué motivo el tema de entrar en el cementerio durante la noche era algo sobre lo que siempre circulaban rumores. De hecho, hasta recuerdo que mi padre contaba una anécdota de ese tipo. Según decía él, en su juventud, le hicieron una apuesta para entrar al cementerio durante la noche. Él fue y le dieron un susto de aquellos algunos amigotes que lo estaban esperando. Historias de este tipo se contaban en la mayoría de las localidades del interior, e incluso en los países vecinos. Uno de los relatos que suele repetirse mucho, un mito urbano de ocurrencia dudosa, es aquel que refiere al sujeto que pasa la noche en el cementerio, como parte de una apuesta, pero que al irse siente que algo le pega el tirón de la bufanda que lleva al cuello y el miedo le provoca un infarto fulminante. El algo que lo retenía era su propio facón, que se había clavado en la tierra, aprisionando el extremo de la bufanda. Como esas, hay miles, la mayoría de las cuales procede de unas pocas historias de base, que se matizan y propagan con el tiempo. Como sea, en algún momento de la noche de ese invierno del milenio pasado surgió este tema, y ante la falta de valientes a la antigua usanza nos decidimos a entrar todos juntos (unos guapos bárbaros).
Fuente: tumblr.


Salimos decididos a entrar en el camposanto. ¿Para qué? Ni idea, era como un desafío, una prueba. El cementerio, en aquella época, tenía un paredón que cubría tres de sus cuatro lados. La parte de atrás, la que mira hacia el oeste, estaba cubierta solamente por un alambrado de tipo olímpico, que estaba roto en, al menos, un lugar. Por allí fue donde nos colamos aquella fría noche de invierno. Había una atmósfera de tenue nerviosismo, alimentada por la falta de luz y por lo que significaba el lugar. No podría trazar el camino que recorrimos porque no lo recuerdo, pero fue breve. Enfilamos hacia el este, como yendo hacia la puerta principal, y sorteamos una hilera de tumbas casi a ciegas, con la escasa luz que nos llegaba de las luminarias callejeras. Bastó que J-K dijese que  había pisado "tierra floja" y que alguien acote que "no habrás pisado una tumba nueva" para que el Tanque exclame "Yo me voy"... y la reacción en cadena fue tan rápida como patética. Casi una decena de adolescentes, perdonen la expresión, boludones, salieron (salimos) corriendo en desorden. Trepamos como pudimos el paredón norte, el que da a la calle Paso de los Libres, y saltamos al exterior de la necrópolis. Una vez que todos estuvimos en el exterior del cementerio, comenzaron los reproches por la reacción irracional, decididamente cobarde, de todos. Luego volvimos a lo de Pechu y retomamos nuestra rutina de todos los fines de semana, mechando bromas sobre lo sucedido, y lo que pretendía ser una aventura se terminó convirtiendo en anécdota del montón.

La historia no terminó en aquella frustrada expedición nocturna, sino que tuvo una continuación dos semanas después, otra noche igual de fría en la que nos habíamos reunido a comer unas pizzas. No recuerdo si la reunión fue en lo de Pechu o esta vez habíamos movido a lo del Turco, pero de uno u otro modo, nos hallábamos de nuevo en las inmediaciones del cementerio. Dicen que segundas partes nunca fueron buenas, y me temo que en este caso la regla se cumplió. De alguna manera se volvió a plantear la visita al cementerio. ¿Para qué? Pues para nada, simplemente para demostrarnos que podíamos entrar y hacer una recorrida nocturna por ese lugar que evocaba temores arraigados en lo más profundo del subconsciente y de nuestra tradición cultural. Otra vez salimos como ridículos expedicionarios y volvimos a entrar al cementerio por aquella brecha trasera. Nuestro recorrido fue corto, apenas si llegamos cerca de las hileras de tumbas. El ruido de un automovil acercándose nos puso en alerta. El sonido delataba su recorrido por la calle Paso de los Libres. Pocos segundos después los vimos aparecer por la derecha del cementerio, doblando por la calle trasera, Ceferino Namuncurá. Con espanto (aquí vale usar otros adjetivos, como "terror" o "cagazo") vimos que era un patrullero de la policía del Chubut, posiblemente un Falcon (hubo una época en la que toda la dotación de la policía en Madryn era un Torino, un Falcon y una F100). Pero lo peor de todo no era que fuese un patrullero, sino que éste viró hacia el este, estacionó de trompa hacia el cementerio, y luego se encendieron las luces altas. Toda la explanada trasera del cementerio quedo iluminada por el haz de luz de los faroles. En una maniobra desesperada, en los tres o cuatro segundos que mediaron entre el viraje del patrullero, y el encendido de las luces, todos nos camuflamos como podíamos. Yo me tiré cuerpo a tierra cerca del paredón, ayudado por mi campera que era de un color beige claro, casi color tierra. El resto se escondió como pudo: detrás de los árboles, cuerpo a tierra... incluso no sé si alguno no se escondió detrás de una lápida. Pasaron algunos segundos, una eternidad, hasta el que patrullero apagó las luces, dio media vuelta, y se fue. Ni bien lo vimos desaparecer, volvimos a salir del cementerio con la misma celeridad que en nuestra primera visita. No había mucho para bromear, nos habíamos dado un susto de novela, pero no con el cementerio, sino con el inesperado patrullero nocturno.

Fuente: clipartxtras.


Nunca más volvimos a entrar en el cementerio, aunque de tanto en tanto alguno de nosotros recuerda estas historias como anécdotas, para sacar unas risas. Visto a la distancia, hoy, en mi adultez, veo todo aquello como una gran tontería, pero en aquel entonces, en nuestra adolescencia, parecía una gran idea y una aventura digna de ser contada. Pues bien, no sé si era digna de ser contada, pero yo, al menos, desde estas líneas, lo he tratado de hacer.

Estimado lector, hasta la próxima entrada.

Comentarios

  1. No eran machos pero eran muchos!!!. Nosotros no eramos machos ni eramos muchos. Tenia un amigo en el mismo barrio donde vivia el turco, no me acuerdo el nombre del barrio. Y literalmente, mi amigo vivia a media cuadra de la parte trasera del cementerio. Una noche estabamos 3 en la vereda de mi amigo, y también fantaseábamos con entrar. Nuestra hombria de adolescentes de unos 17 años como mucho, no fue suficiente. 2 veces lo intentamos, 2 veces rebotamos contra una pared invisible, como ese halo que les corria por la cara a Legolas Aragorn y Gimli cuando cruzaron el sendero de los muertos. Con la moral por el suelo al final nos fuimos a tomar una cerveza al puticlub que supo estar alguna vez enfrente al cementerio.

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    1. Jajaja, muy buena anécdota Ale. Creo que el desafío de entrar al cementerio era algo muy común en las ciudades chicas como Madryn ;) Me encantó el remate de la aventura, al final con unas cervezas se arreglaba todo ;)

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